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  • Foto del escritorIván Uranga

El Nombrador de las Cosas

Actualizado: 20 feb 2019

Las Neuronas Espejo, la Empatía y el Origen y Fin de la Palabras




Quien tenga mascotas mamíferas podrá dar fe que ellas entienden el nombre de las cosas, y que entre ellas existen lenguajes bien definidos para comunicarse, entonces el lenguaje no es una cualidad única de los humanos, pero si las palabras, o por lo menos a lo que llamamos palabras.

Existe una ilimitada forma de comunicarnos que va más allá de las palabras: gestos, señas, contacto, movimiento, caricias, sonidos y energía que no son palabras formales pero que sirven perfectamente para comunicar una idea o un sentimiento. Cuando digo energía me refiero a la intención emocional de las palabras, donde podemos decir por ejemplo: “Tenga usted un excelente día” y estar diciendo “Es usted un pendejo”, o decir “Se las metimos hasta doblada” o “Me canso ganso” y estar diciendo “Estoy feliz”.


Es más importante la intensión, que las palabras mismas. Emoto Masuru nos demostró hace algunos años, que los pensamientos dirigidos cambian la estructura del agua; cuando tenemos pensamientos negativos dirigidos a los cristales del agua, éstos se tornan irregulares y afilados. Cuando dirigimos pensamientos positivos a éste mismo cuerpo de agua sus cristales adquieren formas simétricas y hermosas; si sumamos esto a que nuestro cuerpo está conformado por más de 80 porciento de agua, imaginen el daño que le hacen los malos pensamientos a nuestra estructura, es decir que la mala y la buena vibra existen.


La empatía es el elemento más primitivo de la comunicación no verbal y de la que realmente aprendemos, como lo demuestra el extraordinario descubrimiento de las “neuronas espejo” del equipo del neurobiólogo Giacomo Rizzolatti.

Tenemos según éste estudio, millones de neuronas en las diferentes zonas de nuestro cerebro que imitan las emociones del otro, es decir, cuando observamos a otra persona o ser vivo, hacer o sentir cualquier cosa que nosotros hemos hecho o sentido, se activan estas neuronas haciendo que nuestro cerebro envíe los mismos mensajes y en la misma intensidad de nuestras experiencia personales a todo nuestro cuerpo, y comenzamos a sentir lo que el otro siente. Son neuronas solidarias. Por esta cualidad física es que podemos apreciar las artes, pero también por ahí entran los dogmas y la educación. Es decir, somos lo que hacemos y el único elemento que educa por sí mismo es la congruencia.


Pero se ha preguntado alguna vez ¿quién le pone nombre a las cosas y por qué? La etimología se ha convertido en el estudio del origen cronológico de las palabras, nos dice de qué otros idiomas vienen las palabras, ¿Pero quién le puso perro al perro y mar al mar en los idiomas originales? Antes del hispanismo, en los pueblos originarios del Continente Americano nombraron a las cosas y a todo lo vivo según su sonido, su función, su color, su tamaño, su olor, su sabor, pero sobre todo, según lo que les hacían sentir a cada pueblo, es decir; que el mar para los Nahuas era Aejekatl para los Mayas era K’áak’náab y para los Totonacas era Pupunú. Cada una de las cientos de culturas sometidas en el mundo, tuvieron que dejar de nombrar a las cosas como ellos sentían y empezar a nombrarlas como los dueños del poder les ordenaban que debían nombrarlas (si querían seguir vivos) así fue que a los canarios, los catalanes, los gallegos o los vascos que llamaban al mar Sea comenzaron a nombrarlo mar. Pero a las aves no les importó la conquista y los gallos en México siguen cantando kikiriki a diferencia de los europeos que cantan kokoroko.


Es muy interesante observar las diferentes voces y sonidos en su geografía original. Cuando reflexionamos sobre el uso de las vocales y las consonantes en los diferentes idiomas, podemos ver que las vocales son sonidos infinitos, derivados de nuestras más primitivas sensaciones, y que las consonantes acotan ese sonido para que no se pierda.


El mar, el viento, la luz o la tierra, son vocales contenidas por consonantes para que no se conviertan en sonidos infinitos. Nuestros idiomas están construidos de vocales y las consonantes son el pretexto para que existan las palabras.

Esta geografía de donde surgen las voces originales ha sido determinante para su construcción, porque aquellas que surgen de regiones montañosas tienen más consonantes que las que emergen de valles o costas, es decir, desde mi punto de vista, el que un sonido sea contenido o replicado por las montañas necesita más consonantes para ser expresado que aquel sonido que viaja sin contención o replica a orilla del mar.


Queremos animarlos a que todos seamos nombradores, a que usemos todas las palabras, que están ahí dispuestas para llamar a las cosas por su nombre. Ésta habilidad es ya toda una profesión. El Nombrador es un especialista en identidad verbal, si pensamos por un momento la dificultad que tendrían los antiguos para referirse a las cosas cuando no estaban y poder conversar con el otro, descubriremos que de ahí nace la necesidad de usar sonidos comunes para referirnos las mismas cosas. En la actualidad un nombrador es un especialista en identidad corporativa, -en lo primigenio de la identidad corporativa-, es a quien le pagan por ponerle un nombre a los productos, servicios u organizaciones privadas y públicas, e incluso hay quien paga para decidir el mejor nombre para una hija o un hijo.


Los invito a que usemos todas la palabras sin temor. El problema de que usemos tan pocas palabras para comunicarnos radica, en que es un reflejo vivo de lo que somos como sociedad y como individuos. Así como el acento, tono y los modismos al hablar dicen de donde somos, la cantidad de palabras que usamos dice que tanto y que hemos leído. Existen millones de palabras y en la actualidad no usamos más de mil palabras diferentes en las redes sociales y con el boom de los emoticones ya ni palabras queremos usar.


Nos estamos extinguiendo con nuestro lenguaje, usemos las palabras, todas, no existen buenas o malas palabras, las palabras están ahí inocentes e inmaculadas, para que les pongamos el tono que deseemos, usémoslas todas sin miedo y cuando puedan atrévanse a escribirlas todas con orden o sin él, seamos todos, en el nombrador del universo.

¿Por qué se escribe sobre el papel en vez de escribir sobre la tierra?

Si ésta es grande, es ancha, es larga.

¿Por qué no escribimos lo que sentimos?

Bajo la superficie del cielo escribamos lo que pensamos.

Compartamos con todos y con todo, lo que nace en nuestros corazones.

¿Por qué no escribimos sobre las verdes hojas?

Escribamos sobre las nubes, sobre el agua, en la palma de la mano, en los cuerpos.

¿Por qué sólo en las maquinas, por qué sobre el papel?

¿Cuándo fue que silenciamos a las piedras?

¿Dónde nació el papel que nació tan blanco y ahora aprisiona mi morena palabra?

Hoy no recuerdo la palabra que esculpieron nuestros ancestros entre las flores, y si no puedo escribir en el canto de las aves, ¿Para qué escribir?

Mientras aprendemos a volar, escribamos sólo para ser libres.

Iván Uranga

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